miércoles, 4 de marzo de 2009

Humphrey Bogart


Si uno escucha atentamente el vocabulario de cualquier persona, se dará cuenta de que se repiten ciertas palabras que son como claves de su personalidad. En el caso de Bogart, cuyo mordaz diccionario personal resulta absolutamente imposible de publicar, dos de esos hitos verbales eran "inepto" y "profesional". Dado que era un hombre muy moral (exagerando un poco podría decirse que era "remilgado") empleaba "profesional" como medalla de platino para ser otrorgada a las personas cuyo comportamiento él aprobaba. "Inepto", lo contrario de un espaldarazo, significaba, en él, un disgusto casi lacerante. "Mi viejo", dijo en cierta ocasión refiriéndose a su padre, que había sido un respetable médico de Nueva York, "murió con una deuda de diez mil dólares, y yo tuve que pagar hasta el último centavo. Un tipo que no provee de lo necesario a su mujer y a sus hijos, es un inepto." Ineptos eran también los hombres infieles a sus mujeres y los que estafaban a Hacienda, todos los quejicas y los chismosos, la mayoría de los políticos y de los escritores, las mujeres que bebían y las mujeres que despreciaban a los hombres que bebían. Pero el inepto más inepto era el hombre que no sabía hacer su trabajo, que no era, con el estilo más meticuloso, un "profesional" de aquello a lo que se dedicaba. Dios sabe bien que él lo fue. No importa que jugara al póquer hasta el amanecer y tomara coñac como desayuno: siempre llegaba a la hora al estudio, arreglado y sabiéndose a la perfección el papel que interpretaba (que era siempre el mismo, por supuesto, aunque no hay nada más difícil que seguir despertando interés a pesar de repetirse). No, Bogart nunca tuvo ni un ápice de inepto. Fue un actor sin teorías (bueno, tenía una: que debía cobrar mucho) y sin mal genio, aunque no desprovisto de temperamento, y como comprendía que la supervivencia artística depende de la disciplina, permanece, ha dejado la huella de su paso.


Truman Capote