viernes, 19 de diciembre de 2008

El actor


Desde Platón hasta Shakespeare, el actor se ha convertido en el lugar común de una inevitable analogía entre la vida y el teatro. Sea quien sea el director de escena (Dios, el destino, la historia), todo ser humano puede considerarse partícipe de una extensa obra en la que el final es de sobra conocido. Montaigne, citando a Petronio, en su época lo sentenció así: "Mundus universus exercet histrionam", el mundo entero interpreta una comedia. Cualquier acción puede asimilarse a algo representado y, en consecuencia, interpretado: "El hombre es la única especie dramática" (Jean Duvignaud). La proximidad metafórica entre vida y representación está tan manida que nadie se sorprende al oir hablar de actores en el vocabulario económico (en referencia a situaciones donde sin embargo la comedia tiene poco que ver), y aún más en el sociológico: somos los actores de puestas en escena sociales que interpretamos permanentemente, para las cuales adoptamos discursos, comportamientos, costumbres específicas en el ámbito de unos rituales muy parecidos a los del teatro (con la diferencia de que nuestros personajes no son imaginarios, y que el dispositivo no es el propio de un espectáculo consentido y compartido).

No cabe la menor duda de que la etimología favorece tal confusión. A la hora de designar al actor, ni el latín ni el francés han conservado el upokrités griego ("aquel que responde"), una palabra que experimentó, demasiado pronto en su historia la derivación moral que todos conocemos. El caso del actor latino es más simple; antes de designar la profesión de cómico su significado tenía un carácter más pragmático: "aquel que hace, que actúa". Más tarde el francés volvió a sembrar la confusión a propósito del término "actor", cuyo significado según el diccionario Robert, siguió fluctuando durante mucho tiempo: "autor (de un libro)" en 1236; más tarde, a principios del siglo XVII, "personaje de una obra", y finalmente, en 1663, "comediante". Este último nombre presenta la ventaja de designar un conjunto de conductas codificadas que permiten, sobre una escena reconocida como tal, conferir los rasgos propios de la realidad a un personaje ficticio.

La emergencia del comediante, esa nueva especie encarnada en el actor de cine, hubiera podido introducir a su vez el uso de una palabra nueva, dentro de un campo semántico más restringido. En lugar de ello, se ha impuesto el término actor, pero la ambigüedad actor/comediante sigue perdurando. Entre los anglosajones ha adquirido un matiz preciso: "comedian" designa más bien al actor de comedia, y "actor" al actor dramático. Entre nosotros, dicho matiz goza de mayor libertad; comédien, más técnico, suscita la imagen de un profesional al servicio de su papel y del texto que representa. La palabra en cuestión evoca la escena sin circunscribirse exclusivamente a ésta, pero no se impuso en la pantalla; la esfera del acteur incluye unas condiciones y unas situaciones distintas. Finalmente, el término inglés performer cada vez se emplea más en teatro para insistir "en la acción realizada por el actor, en oposición a la representación mimética de de un papel" (Pavis). En el campo del cine propiamente dicho aún se afina en mayor medida, al distinguir entre acting, actividad colectiva de los actores al servicio del mundo de ficción que instaura el film, y performing, que se dirige directamente al público desde el otro lado de la pantalla, invitándolo a reconocer y a admirar los méritos alcanzados (por una estrella, un clown, un bailarín o simplemente un "primer actor").


Jacquelin Nacache "El actor de cine"